En Escrito a ciegas,
Martín Adán dice: “La Poesía es, amiga,/
Inagotable, incorregible, ínsita./ Es el río infinito/ Todo de sangre,/
Todo de meandro, todo de ruina y arrastre de vivido...”. Sabemos que Adán escribió este largo y magnífico
poema en respuesta a una petición
formal, inocente, casi aburrida, de una estudiosa de literatura que
quería saber sobre el escritor. ¿Acaso muchas de las cosas geniales
no se originan así a partir de preguntas simples y elementales?
Parece muy fácil preguntar y más bien difícil responder, pero
quizá sea este tipo de preguntas aquello que nos hace falta. Es
cierto que Martín Adán hubiese podido escribir poemas portentosos
como los que escribió sin este cuestionario casual, pero hubiesen
sido otros y no Escrito
a ciegas.
Escrito
a ciegas
no hubiese existido. Las preguntas no siempre desencadenan certezas,
en todo caso, no es esto lo que más importa, sino la forma de sus
respuestas: su lenguaje, las nuevas metáforas, decir lo mismo en
rutas diferentes, y en la vida, lo que más necesitamos son estos
muchos caminos.
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