¿Qué diferencia hay entre el violeta y el
morado? Hace algunos meses, recorriendo las calles de Manhattan por
primera vez, declaré que este sería mi año violeta. No sé
exactamente por qué: primero lo vi en el neón, luego en una
exposición del MoMA, me gustó quizás ese estado intermedio entre
el rosa tan sex in the city y el rojo de la emblemática
manzana. Decidí llevarlo en mi viaje de regreso en camisetas y
vestidos. Desde esos días me acompaña. Ahora, los primeros pasos
del frío en Burdeos me hacen extrañar mi propio frío: los húmedos
amaneceres limeños. En octubre, Lima va dejando la neblina, los días
empiezan a iluminarse; sin embargo, ese tránsito avanza lento, huele
a incienso y no puede ser sino morado.
La
Iglesia como culto no impone ya mayores exigencias, ha abierto las
piernas y se ha hecho pagana. Doña Cuaresma limeña camina
regordeta, come anticuhos, se deja envolver por el aroma de los
picarones y llega por la noche a casa bebida con un kilo de turrón
para su marido. Doña Cuaresma limeña el siguiente domingo visita a
su amante y ve un partido de fútbol, grita, y tiene que echarle un
poco más de ají al choclo que ha comprado en la esquina. Doña
Cuaresma limeña se acuesta y en medio del placer se le clava el
detente morado en la espalda. Doña Cuaresma limeña no tiene fe solo
hambre y ganas de que le miren las piernas.
La
procesión avanza, avanza, en medio de cantos, como mi violeta hacia
tu morado.