No se puede
imaginar el siglo XIX sin el doctor Jean-Martin Charcot y sus
experimentos en la Salpêtrière tratando de descifrar la causa y la
cura de la histeria femenina. Ayer estaba en el subsuelo de la BNF
repensando en estos cuerpos y mentes decimonónicos a veces tan
maquinalmente determinados por el calor o por el frío, cuando de
pronto empecé a sentir algunas palpitaciones, en un momento la
garganta parecía cerrárseme y cada vez me costaba más pasar un
poco de agua, sentía que estaba realmente atrapada en un pozo sin
aire. Hice penosamente todo el trámite para salir a tierra firme,
pero allí arriba no pude recuperarme, incluso al aire libre también
los edificios me asfixiaban. Imaginar la posibilidad de regreso a
casa en el metro, bajar una escalera eléctrica, todo eso aumentaba
mi angustia. Cuando los calores terminaron de subírseme a la cabeza,
solo pude avisar a seguridad. En un minuto tenía a un bombero
llevándome a un rincón para tomarme la presión, luego a otro
acercándose con un balón de oxígeno, cuando llegó el tercero me
eché a llorar desconsoladamente: llegaron aún cuatro más. Pocos
minutos más tarde me llevaban en una silla de ruedas al camión de
bomberos, y en él, rumbo al hospital.
En el
camino, oigo el diálogo mágico: - On va où ?,
- à la Salpêtrière.
Cuatro
horas más tarde, y ya completamente recuperada, recibo la conclusión
del médico en uno de los tantos papeles en los que se ha escrito
este incidente: “Malaise de type vagal et crise d'angoise».
Hoy, vuelvo
a la Biblioteca, por eso de enfrentar a los demonios, y me encuentro,
en una de las páginas del diario que reviso, una reseña que a
propósito de la muerte del doctor Charcot en 1893 se ha escrito. El
autor describe, al final del texto, los dibujos que un artista
español hizo del famoso hospital: “Después de presentarnos con
gran intensidad de observación el barrio de las viejas y el jardín
de los dementes, ahora nos hace penetrar en otra sección donde las
infelices locas, presa de su lamentable miseria, se entregan a toda
clase de divagaciones”.
Las divagaciones de la "demente" que escribe la nota, la bella limeña, me han hecho recordar mis tardes con sus noches en la BN en la avenida Abancay.
RépondreSupprimerMónica, caray, espero q estés mejor. Lo bueno de ese pequeño infierno es q escribiste una pequeña crónica literaria.
RépondreSupprimerBesos, amiga