jeudi 13 juin 2013

Treinta años

Dos de mis mejores amigos cumplen en estos días treinta años. Yo ya he pasado por esta experiencia y quizá hoy que vivimos más, que gozamos de una juventud más prolongada, no sea tan importante esta cifra. Nosotros, digo, mis amigos y yo, empeñosos solteros, no sentimos, creo, realmente el cambio entre el paso de los veintitantos hacia la treintena, de continuo seguimos planeando estudios, viajes, mudanzas, buscando nuevos contratos o formas diversas de ganarnos la vida en una mezcla de libertad y agobio de precariedad. Seguimos enamorándonos, claro, también, pasándola a veces mal y, otras muchas, bastante bien. 
Sin embargo, me parece curioso lo fundamental que era esta edad en el siglo XIX o, por lo menos, lo que  sus novelistas decían de ella. En su afán por establecer leyes humanas, anunciaban los treinta años como un momento peligroso: el tiempo de la crisis matrimonial. La mujer, aburrida dentro del matrimonio con algunos hijos que ya no necesitaban de ella, hace todo por entregarse a la pasión, la busca en los salones y la encuentra finalmente en algún joven amante (tipo Julien Sorel, digamos, para hacernos una idea). El marido, cansado de los placeres y los excesos, intenta buscar reposo en un hogar que ahora está vacío. De este desencuentro surgen los llantos, los enredos, la novela...
Decía que dos de mis mejores amigos cumplen en estos días treinta años y esto nos hace pensar, a los que vivimos un poco en varios siglos, en cómo han cambiado las cosas, nuestras historias, nuestras novelas, en cómo ha cambiado todo excepto el drama y las ganas estas de seguir viviendo nuestro propio personaje.



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