jeudi 9 mai 2013

Por qué todos deberíamos ser madres

No soy madre y no sé si lo seré algún día. Sé que no me quedan muchos años para intentarlo, pero no me preocupa. En esto me siento, más bien, vallejiana: creo que ya es bastante complicado, y a veces doloroso, ser hija. 

Amo, desde luego, a mi madre y a las muchas madres que la vida me ha dado: mi abuela, mis tías y más tías, mi hermana, mis amigas. Cierto que es hermoso sentirse querido y protegido, pero, ¿por qué todos estos sentimientos y acciones solo se pueden manifestar hacia los seres que parimos? Tengo la suerte de disfrutar, aunque a la distancia, del amor de mi madre, conforme envejezco creo comprenderla y reconocerme un poco más en ella, sin embargo me hubiese gustado amarla sin que hubiera sido mi madre, amarla por el tipo de mujer que es, por su carácter, por su voz y sus pasiones. Sí, dirán que también hay que amar a nuestras madres por todo esto, que también deben ser nuestras amigas, pero no siempre ocurre, muchas veces el cariño hacia la madre se establece como un absoluto. 

Me encanta la fuerza que existe en el amor de madre, la entrega y el desapego que ellas pueden sentir dejando a un lado intereses personales por el bienestar de sus hijos, pero me asusta la otra cara de esto mismo: la necesidad de proteger a los hijos y solo a ellos en contra del vecinito, o del niño que le quitó el lápiz en la escuela. ¿Será cierto que el amor enceguece?, aunque quizá no tanto si estamos abiertos a él, si no es solo un círculo cerrado para proteger un hogar.

Dirán que escribo todo esto porque no soy madre y es cierto. Cada uno escribe desde su condición, eso es lo interesante. En todo caso, soy de las que seguirán soñando con un mundo lleno de gente sin miedo a amar, con ganas de ser padres y madres sin importar el sexo y ni la capacidad biológica de reproducirse, con ganas de amar por las afinidades, por las cualidades, por la palabra, por la música, por una mirada... o porque nos encanta sentir al lado la respiración del otro.

Para ponernos en época, ¿amaban más a sus hijos las mujeres del siglo XIX que los hacían amamantar con nodrizas y no los veían sino hasta que tuvieran dos o tres años? La forma de amar es cultural, y precisamente por ello, ahora que todo va tan de prisa, que la cultura parece tan amorfa y decadente, tal vez valga la pena pensar en esas nuestras formas. 


1 commentaire:

  1. ¿Sabes? A pesar de yo tampoco ser madre, desde hace unos pocos años se me ha despertado mucho este instinto, unas ganas, egoístas quizá, de tener un hijo. Es curioso, porque el año pasado escribí sobre ello en mi blog: http://infausta.blogspot.com.es/2012/07/sobre-perdidas-y-vacios-repentinos.html
    Se trata de un vacío singular, hablo de él como si fuera una pérdida... Me interesa ese contraste con el pasado que mencionas, tener en cuenta que la forma de amar es cultural. Un abrazo.

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