Hace cien años Ismael Portal en
su Lima de ayer y hoy evocaba lo que
todos los nostálgicos hacemos: el cambio de costumbres, la pérdida de tradiciones,
las fiestas pasadas de moda, la muerte de nuestros poetas, el aumento de las
distancias.
Hace cien años, al final del
mismo libro, el autor, resignado, nos dejaba una pregunta: "¿Y es acaso, hoy,
nuestra amada ciudad lo que debía ser, lo que le corresponde y tiene derecho de
ser por su riqueza y grandeza de todos los tiempos?".
No, respondía, como hoy nosotros,
cien años después. Por ello, aunque parezca que en Lima siempre se habla mucho
de ella: se escribe la ciudad, se le canta, se come y se bebe limeñamente, aún
falta mucho, mucho hasta que hablen los 8 millones y medio de seres que la habitan,
mucho para que nuestros íconos vayan más allá del vals, el tamal o el suspiro.
¿Dónde caben 478 años de historia?,
¿cómo narrar la proliferación incesante?, cómo decir que fueron en un principio
solo setenta, que contruyeron apenas 36 casas, que estableciendo el lugar
exacto donde edificar la Catedral, el Palacio de Gobierno y la Municipalidad
iban a establecer las huellas de nuestro pasado, a ponerle coordenadas a
nuestros recuerdos, iban a ayudar a quienes estamos lejos a desear, en estos
tiempos, la calidez de tantos eneros.
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