jeudi 22 novembre 2012

Ciudad es cuerpo

No es la primera vez que visito Madrid, pero es como si lo fuera. Hasta ahora siempre había sido una ciudad de tránsito. Aunque no estaré aquí por mucho tiempo, esta vez es diferente: he venido a “estar”, a cumplir tareas, a hacer cosas precisas. Trato de habituarme rápidamente, descubro las calles que recorreré a diario, sus posibles variantes, escogo los bares para comer entre los que me han recomendado, establezco horarios, y al final, queda armada una micro rutina, una especie de hermanita menor de la otra, la que llevo en el país vecino.
¿Cuánto tiempo se necesita para decir que habitamos una ciudad? ¿Es que existe tiempo para sentirse parte de un espacio? Habitar una ciudad (no digo conocer) no tiene tiempo, el vínculo puede ser inmediato o puede no establecerse nunca como cuando recorremos por primera vez un cuerpo: funciona o no. Lo que esperamos, claro, es que lo haga, que toda esa experiencia de lo nuevo nos impregne: las nuevas formas, los olores, el estilo de una sonrisa, la singular manera en que caen las palabras, y si esto ocurre, pueden sucederse cosas muy curiosas como disfrutar de un gesto creyendo, a través de él, descubrir una parte de su historia, de su pasado.
Por la mañana, asisto a un seminario sobre escritoras, redes y tramas culturales, y no puedo evitar pensar en el sentido de nuestros itinerarios, en cómo vamos construyendo nuestras propias rutas y de qué manera las vamos convirtiendo también en relato. Por la tarde, ya más cerca de mi hotel, bajo por Recoletos hasta Cibeles, tomo Alcalá y luego me pierdo en las pequeñas calles. Cuando creo haber encontrado aquella que da al bar de tapas donde cené tan bien anoche, doblo, pero veo que me he equivocado, al cabo de unos pasos, descubro otro lugar más pequeño, más modesto, pero igual de espléndido. ¿Por qué, a veces, nos gusta tanto perdernos? ¿Por qué, en algún momento de nuestras vidas, ya no podemos vivir quietas en una sola ciudad?  

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