samedi 24 novembre 2012

Bibliotecas como naciones

Si Zizek pensaba que parte de la idiosincrasia de las naciones se revelaba en la forma de sus retretes, ¿por qué no podría pasar lo mismo con un elemento menos escatológico como las bibliotecas?
Hace algunos meses visité la Bibliothèque Nationale de France, François Mitterrand, en París. Los franceses, aficionados a las siglas, la llaman BNF; eternos râleurs, odian sus imponentes edificios, como en su tiempo lo hicieron con la Tour Eiffel y como lo siguen haciendo con les pyramides del Louvre. El trámite para ingresar es largo, extenuante, como si quisiéramos visitar alguna prisión de máxima seguridad, igual que ella, claro, este es un espacio de suma vigilancia. Sin embargo, una vez seguidos todos los procedimientos, una vez atravesado el pantano de la burocracia, accedemos a un lugar de reposo, amabilidad y de solidaridad con el ejercicio de la investigación.
Hoy he terminado mi labor en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. A pesar de llevar en el frontis sus siglas, nadie la llama así, en España no cambian letras por palabras, ¡qué bien! A diferencia de la francesa, el edificio, en pleno paseo de los Recoletos, es representativa de la arquitectura del centro de la ciudad. Un edificio del siglo XVIII con Lope y Cervantes recibiéndonos en las escalones de entrada. A pesar de la informatización de sus documentos y de su severo sistema de control y vigilancia, algo del tradicionalismo de su edificio se sigue conservando en su interior: las papeletas para pedir libros, los cuadros de los escritores, la madera antigua de sus muebles, el pan de oro en sus muros. Para el ingreso, las prohibiciones son rigurosas, hay que esperar que revisen cada una de las hojas de la libreta de apuntes. Es cierto que ha desaparecido material valioso, pero aún así es sospechosa la obsesión, el fantasma del robo que acosa a nuestros amigos españoles.
A la Biblioteca Nacional del Perú, vuelvo en cada uno de mis viajes a Lima. En su nuevo local de la avenida Javier Prado, el cemento y la vista al barrio residencial que la rodea quitan toda posibilidad de agobio. Hay algo extraño, sin embargo, en sus reglas: en la entrada, puede ser que registren tu ordenador o no, puede ser que tomen nota de los libros con los que ingresas o no. Ya en la sala de lectura, puede ser que te dejen fotografiar algún documento antiguo o no, puede ser que dicho documento no lo obtengas con el encargado de la tarde, pero sí con el de la mañana, y un largo etcétera. En todo caso, hay una extraña tranquilidad en el personal frente a tus dramas de investigador, algo que te hace sentir que lo que haces no tiene ninguna importancia, y que muy probablemente, eres un “rarito”.
Las bibliotecas europeas no son la panacea, pero funcionan en lo esencial, en el respeto a la tarea del que busca y su necesidad por encontrar el documento preciso. El problema en Lima no es que no lo sepa hacer, sino que aún no se ha dado cuenta dónde tiene lo más valioso: problema de orientación, cuida las apariencias y alimenta tontas fantasías. De cualquier manera, seguiré en lo mío, ¿en lo nuestro?, seguiremos buscando.


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