lundi 29 octobre 2012

Cuaderno de viajes

Al instalarme en Francia sentí que había escapado del caos, la violencia y la falta de respeto que reinan en una ciudad como Lima. Ahora, leyendo los libros de viajes de principios del siglo pasado, descubro que en aquella época la percepción era totalmente distinta, diría, contraria. Las plazas y avenidas europeas que para cualquier sudamericano, hoy, parecen calmas y ordenadas, en aquella época, estaban llenas de veloces coches: máquinas que podían en cualquier momento arrollar a alguien; llenas de ladronzuelos que solían arrebatar la maleta a los viajeros; de guías, meseros y conserjes que no atendían si antes no tenían algunas monedas en su poder. Ruidosas y agresivas, estas ciudades europeas eran ejemplo de industria, reino del capitalismo orondo donde vibraban los adelantos y los estragos de la modernidad.
Cuando Clorinda Matto recorrió Europa por primera vez tenía cincuenta y seis años. Al cabo de los ocho meses en que conoció distintas ciudades de España, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania y Suiza no solo estaba exhausta, sino que las fuertes impresiones le impedían ya dormir y sufría constantes ataques nerviosos. Viajaba sola, de modo que no podía compartir con nadie sus miedos, excepto volcarlos en su cuaderno donde registraba cada anécdota, cada vista asombrosa, pero también, uno a uno, sus contratiempos.
Los viajes están hechos para que pasen “cosas”, para que suceda “algo” que merecerá ser recordado por su singularidad, por salir de lo rutinario y habitual, de allí la abundancia de sus relatos. Yo misma, suelo viajar acompañada de una pequeña libreta. Es curioso, pero ahora que no viajo mucho, o por lo menos, no tanto como quisiera, sigo llevando el cuaderno. Lo llevo a pesar de no hacer nada con lo anotado, o quizá solo con la intención de que después de tanto escrito surga un solo verso. ¿Vivir en el extranjero, no nos da acaso la sensación de un viaje constante? ¿Qué es esto de hacer nuestra casa en un lugar donde aún no nos reconocen como ciudadanos de pleno derecho? Mi casa está aquí, mucho más que allá, pago aquí mis impuestos, tengo un médico, una panadería favorita, una casera en el mercado, amigos, sobre todo amigos, pero no sé por cuánto tiempo este orden seguirá existiendo, no sé hasta cuándo será, entonces viajo. Quizá no sea el viaje tanto una actividad, sino más bien un estado mental.
Clorinda murió pocos meses después de volver a Buenos Aires, en este viaje se reconoció más europea que nunca al encontrarse con la historia, la geografía, los monumentos que solo había conocido en libros, al entrevistarse con varios de los escritores que admiraba. Las diferencias, sin embargo, también la hicieron sentirse más peruana, más quechua, que nunca. En medio de esta contradicción cruzó por última vez el Atlántico.
No cabe duda que viajamos con el cuerpo, por eso este se enferma con el cambio de horarios, de alimentación, de costumbres, se exita o se deprime con los nuevos olores. También lo hacemos con la mente, representamos nuestros miedos, nos encontramos un poco más desnudos fuera, nos miramos mucho mejor a nosotros mismos cuando el otro es evidentemente distinto. Pero también viajamos con el papel y cuando esto sucede hay que agradecerlo, como yo ahora agradezco a Clorinda el haber tenido la extraordinaria idea de viajar escribiendo, de haber registrado su soledad para yo no sentir tanto el frío de la mía.

Referencia: Matto, Clorinda. Viaje de recreo, edición de Mary Berg, Doral: Stockcero, 2010

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