samedi 23 juin 2012

Todas las búquedas en la biblioteca llevan a la biblioteca misma III


 Durante estos días en la enorme y profunda BNF me he dado cuenta que estos lugares no son ni tan apacibles ni tan inofensivos como aparentemente pudiéramos creer. Los sistemas de seguridad los han convertido en fortines o cárceles de las que cuesta tanto entrar como salir. Cada necesidad básica como ir al baño o comer demanda un trámite incómodo y hasta engorroso. En ella nos podemos sentir tan controlados y estresados como en un metro o en un enorme aeropuerto al que hemos llegado con retraso. Mientras compruebo esto no puedo dejar de recordar a la pobre Clorinda Matto viajando sola, algo mayor, y por primera vez, por las principales ciudades europeas: la multitud, la rapidez y el ruido la enfermaron al punto de morir a los pocos meses de haber vuelto a Buenos Aires. No puedo dejar de verme en sus relatos de viaje, que leo en medio del viaje que me confronta a mí también con la ciudad-monstruo. No puedo dejar de sentir un “nosotras”, de llamarnos “pequeñas provincianas”.
Pero el peligro de las bibliotecas no solo radica en este sistema de control, y podríamos decir, de protección de los libros. Ellos no se salvan. Saben mucho más de lo que dicen, y en virtud de este poder, en el momento menos esperado, te guiñan un ojo. Las bibliotecas son laberintos no porque cada libro nos remita a otros, sino porque el libro es autoreferencial y hablando de sí mismo, de su proceso de formación, de la escritura, lo hace también de su hábitat: la biblioteca, de forma que cuando leemos en ella, nos leemos leyendo al mismo tiempo.  

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